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Venres, 19 de Abril de 2024
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    Economía, impuestos, presupuestos y milagros

    La pandemia que hemos sufrido en estos últimos meses y que ha afectado a la totalidad del planeta, ha cambiado nuestras vidas y nos ha obligado a modificar nuestros comportamientos sociales, culturales y económicos, seguramente para siempre. Ante este hecho, los gobiernos se han visto obligados a actuar y a tomar una serie de medidas, que se han centrado en tres ejes: La paralización de la economía por decreto-ley, la concesión de ayudas y subsidios para paliar los efectos de semejante desastre y la limitación de libertades y derechos individuales, especialmente el de reunión y el de libre circulación. En lo referente a este último aspecto, no deja de resultar asombrosa la facilidad con la que las sociedades occidentales se han adaptado. Hechos tan cotidianos como reunirse para charlar, tomar un café, o incluso ir a trabajar, están seriamente limitados y sin embargo, nos parece la cosa más natural del mundo. Quizás la libertad esté sobrevalorada. Pero eso debería ser objeto de otro artículo y otro debate.

    En lo que respecta a las otras dos medidas, el problema es económico. Si no producimos, no generamos riqueza, ni ingresos. Si además los gastos sociales suben, el problema se duplica. ¿Cuanto tiempo podemos aguantar así? No tengo la menor idea. Pero no creo que demasiado.

    Desde todos los estamentos económicos, políticos y sociales se asegura que estos son los presupuestos más importantes de nuestra historia reciente. Y posiblemente lo sean; dadas las circunstancias; tanto las coyunturales, derivadas de la pandemia y de esa lluvia de millones que se espera venga de Europa, como las estructurales, propias de un sistema, que es incapaz de dar respuesta a los problemas actuales.

    Esta es la segunda crisis sistémica a la que nos enfrentamos, en los últimos doce años. Que hayan sido dos en tan breve espacio de tiempo es un indicador, de que las cosas no andan bien en las alturas y que nuestro actual sistema económico, no es capaz de resolver los nuevos problemas a los que nos enfrentamos, como los ambientales, los ecológicos, la evasión fiscal internacional, o los derechos de los consumidores y los trabajadores en una economía globalizada y digitalizada. Eso por no hablar de otros más eternos, como la pobreza y la desigual distribución de la renta y algunos que ni siquiera imaginábamos, como esta pandemia que estamos viviendo.

    La crisis del 2008 fué importante, porque sirvió para acabar con el mito de que los mercados eran eficientes, tenían capacidad para autoregularse y si se les dejaba funcionar libremente, nos llevarían a un mundo de equilibrio y pleno empleo, donde todos seríamos mucho más ricos. A eso se solía añadir, que de todos los mercados, los financieros eran los más eficientes, porque eran los más competitivos. El problema es que los mercados no eran tan eficientes como aseguraba la teoría. El sistema financiero se colocó al borde de la quiebra y los poderes públicos se vieron obligados a intervenir para salvarlo. Los mismos que criticaban el estado de bienestar, las prestaciones sociales y el gasto público, se vieron obligados a asumir que el estado debía intervenir, para evitar que la banca desapareciese, por culpa de las decisiones erróneas, que habían tomado sus directivos y que como no podía ser de otra manera, el conjunto de la sociedad debía sacrificarse y hacerse cargo de la factura. Sorprendentemente la izquierda, que llevaba años soñando con una crisis sistémica del capitalismo, fué incapaz de hacer un análisis de la situación y presentar una alternativa clara y viable y se limitó a contemplar el espectáculo desde la barrera.

    Recuerdo estos hechos, porque tengo la sensación de que en la actualidad está ocurriendo algo muy parecido. Los gobernantes y los aspirantes a serlo anuncían una medida tras otra, al tiempo que descalifican las del contrario, sin darse cuenta de que las unas y las otras, se basan en ideas inconexas, procedentes de un mundo viejo, que ya dejó de existir hace mucho. En la actualidad tenemos una clase política que ha dejado de liderar la sociedad y se ha convertido en un elenco de actores, que han hecho del histrionismo y la sobreactuación, su manera de ganarse la vida. Soluciones fáciles y simples, para un mundo complejo e imprevisible. Trump, Putin, Erdogan, Bolsonaro, Maduro, Le Pen, Abascal, Puigdemont, Casado, Sánchez o Iglesias, no son la excepción, sino la regla general. Si en la actualidad la lucha contra la pandemia es nuestra principal prioridad, en un futuro no muy lejano, debería serlo la regeneración de la actividad política.

    Es quizás en el campo de la política presupuestaria y fiscal donde mejor se advierten las simplezas, mentiras y contradicciones, a las que nos tienen acostumbrados nuestros actuales dirigentes y que por regla general, se limitan a soltar una retahila de palabras, carentes de significado. Además y curiosamente, en estos campos, las mentiras procedentes de la derecha y la izquierda, se reflejan de forma simétrica, como en un juego de espejos.

    Desde el lado de la derecha lo que se nos dice, es que van a bajar muchísimo los impuestos, pero que gracias a una reorganización milagrosa del sector público, esa bajada de la recaudación, no va a afectar lo más mínimo a la calidad de los servicios y no sólo eso, sinó que además, esa bajada de impuestos generará una mayor actividad económica, lo que permitirá que el estado recaude más dinero, con una menor carga impositiva. El postulado teórico que avala semejante afirmación, es la Curva de Laffer. Sin embargo, la curva de Laffer no es ese milagro de la multiplicación de los panes y los peces que se quiere vender y presenta algunos problemas, que es conveniente analizar.

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    El primero de ellos, es que para un economista liberal siempre estamos en el lado verde de la gráfica. No importa el país, ni el año, ni las circunstancias de desarrollo o subdesarrollo; un economista que se precie de liberal, siempre defenderá que estamos en el lado derecho y que por lo tanto, hay que bajar los impuestos.

    El segundo problema es que esa correlación entre carga impositiva y recaudación no es automática, ni objetiva, sinó que está muy relacionada con la percepción que tenga la sociedad, de como se está gestionando el dinero de sus impuestos. Cuanto más satisfecha esté una sociedad con el funcionamiento de los servicios públicos, más impuestos estará dispuesta a pagar y menos, cuanto más insatisfecha esté.

    Por último destacar, que el mecanismo que asegura que al bajar los impuestos, sobre todo a los sectores más ricos, se invertirá más, habrá mayor actividad y empleo, el país crecerá y el estado recaudará más dinero, es una probabilidad, no una certeza. ¿Es posible que ante una rebaja fiscal, los más adinerados inviertan el sobrante en el país? Por supuesto que si. Como también es posible que decidan invertirlo en el extranjero, trasladarlo a una cuenta en un paraiso fiscal, o gastarlo en un capricho. En cualquiera de estos casos, la bajada de impuestos habrá servido para beneficiar el desarrollo económico de otro país.

    Desde el lado de la izquierda no hay ningún entramado teórico, sino más bien la alegría infantil, que precede a la Noche de Reyes. Se va a aumentar el presupuesto en sanidad y educación; se van a revalorizar las pensiones; se va a dedicar el 2% del PIB a ciencia e investigación, se va a instaurar la renta universal y por supuesto, todo ello se va a hacer cumpliendo con nuestros compromisos europeos y sin subir los impuestos; si acaso, un poco a los más ricos. Vistas una a una, las medidas son estupendas. Si la derecha promete hacer lo mismo con menos recursos, la izquierda quiere hacer mucho más con lo mismo. La cuestión radica, en que nadie explica como se va a pagar todo eso. Como mucho, se hacen vagas alusiones a nuevas figuras impositivas, al crecimiento y al desarrollo del país y a la lucha contra el fraude fiscal. Salimos de la economía, para entrar en el mundo de la magia y los milagros.

    El problema de lo que se nos dice, tanto desde un lado, como desde otro es que se hacen afirmaciones gratuítas, que por regla general no resisten un análisis elemental y que responden más al deseo de llamar la atención y marcar la agenda, que a la eficacia que puedan tener. Soluciones basadas en los años 60 del siglo pasado, cuando los estados eran todopoderosos y el capitalismo vivía sus treinta años gloriosos. Soluciones del pasado, que no sirven para los problemas actuales, que son absolutamente distintos. En la actualidad estamos en la UE, que tiene libre circulación de capitales, mercancias y personas, pero donde no existe una armonización fiscal. En semejantes condiciones, la lucha contra la evasión fiscal por parte de los estados, es imposible y no deja de resultar curiosa, la incapacidad de la izquierda para plantear el debate, en los términos que más duelen al sistema. Si las distorsiones ocasionadas por la baja presión fiscal de algunos países socios modifican las decisiones de inversión de las empresas entonces, es que además de que hay socios que se comportan de forma desleal, quiere decir que el mercado único europeo es una farsa y sencillamente no existe. Sólo se podrá luchar contra la evasión fiscal de una forma efectiva, con una armonización de los impuestos directos a nivel europeo y esa es la pata que precisamente hace falta, para crear un verdadero mercado europeo.

    Además, existen tres problemas nuevos, a los que nuestros actuales líderes, no han sabido, ni querido dar respuesta. El primero es como eliminar las consecuencias ecológicas y medioambientales, que ocasiona en el planeta nuestro actual sistema productivo. Un sistema que nos ha permitido pasar de las carretas de bueyes, a viajar al espacio y a que gran parte de la población goce de un alto nivel de vida. Pero también un sistema, que ahora mismo no sólo es incapaz de resolver los principales problemas a los que nos enfrentamos; sinó que se ha convertido en un peligro, para la propia supervivencia del planeta.

    El segundo ha sido el cambio de relaciones que se ha producido en la propiedad de las empresas. La tecnoestructura, que diría Galbraith. Aunque teóricamente, estas continúan perteneciendo a los accionistas, en la práctica son llevadas por directivos cualificados, que aunque no son los dueños, se comportan como tales, hasta el punto de que tienen capacidad, para fijar sus propias condiciones de trabajo. Disponen de todas las ventajas de la propiedad y ninguno de sus inconvenientes; empezando por el hecho de que cobran su salario, aunque la empresa se hunda. Los working richs,( los trabajadores ricos) les llaman Piketty y Sanz. Hoy en día, más que una sociedad donde los capitalistas explotan a los trabajadores, estamos en una sociedad donde unos trabajadores, explotan a otros trabajadores.

    El tercer elemento que ha alterado las relaciones económicas y al que tampoco se ha sabido responder, ha sido la revolución de la informática y las telecomunicaciones. Si ha habido un sector que se ha visto beneficiado por este desarrollo, ha sido el financiero. Primero, porque le ha permitido cuadrar las cuentas, de forma casi instantánea y en segundo lugar, pero mucho más importante, porque ha permitido que el dinero pueda desplazarse, literalmente hablando, a la velocidad de la luz. Esto, unido a la desregulación y a la creación de una red de paraisos fiscales por todo el mundo, ha otorgado a los mercados financieros un poder enorme. Es por eso que los estados ya no pueden luchar contra la evasión fiscal. No disponen de herramientas para hacerlo.

    En mi opinión, el problema se debería enfocar de otra manera. En la actualidad, nos enfrentamos a un mundo nuevo, que no sólo cambia a velocidad de vértigo, sino que simultáneamente, se va haciendo más pequeño. Dado el tamaño del planeta y sus recursos, la población y el grado de desarrollo tecnológico que hemos alcanzado, el crecimiento y el consumo ya no son opciones realistas. En una situación así, necesitamos ir hacia una economía autosostenible, más colaborativa y más pobre en términos de consumo, y debemos hacerlo ya. Por lo menos, mientras no podamos viajar a otros planetas. Por supuesto eso implica abrir un debate sobre el nivel de vida que queremos mantener y el que el planeta puede soportar; que servicios consideramos básicos y esenciales y un largo etcétera, que se reduce a elegir y priorizar, teniendo en cuenta dos cosas: que vivimos en el único planeta habitable conocido, en bastantes años luz a la redonda y que si nosotros no renunciamos a nuestro modelo de consumo, será la Naturaleza, la que nos obligue a hacerlo.

    Cuestiones como estas son las que deberían estar discutiendo nuestros dirigentes. Hacia donde queremos ir, que sociedad queremos y que nivel de vida podemos asumir y en base a eso, decidir en que podemos gastar y donde debemos recaudar. Por desgracia no se les espera. Nuestros actuales dirigentes continúan absorvidos por su realidad virtual idílica, en la que hay ciudadanos que les quieren y les admiran y no existen los problemas; tan sólo de vez en cuando, y para dar algo de emoción, aparece algún enemigo político, que es aniquilado gracias al poder del carisma y la palabra. Todo muy religioso, muy maniqueo, con el típico rollo de buenos y malos y que por supuesto, ni lleva a ninguna parte, ni sirve para nada. ¿Saldremos de esta? Se admiten apuestas. Yo personalmente lapostaré, por la extinción de la especie humana.