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Venres, 29 de Marzo de 2024
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    La economía después del COVID-19

    En los últimos 12 años hemos visto tambalearse nuestro sistema económico en dos ocasiones. La primera fué en 2008 con la crisis bancaria y financiera. La segunda es ahora, en 2020, con una pandemia universal cuyas consecuencias económicas y sociales aun estamos lejos de poder valorar, pero que posiblemente sean bastante más graves que las de 2008 y la de 1929.

    Se preguntarán ustedes que tiene que ver una crisis financiera, con una crisis sanitaria como la actual. La diferencia de estas dos últimas crisis, con respecto a otras anteriores, es que en ambos casos son crisis estructurales, que sirven para cuestionar los tres pilares ideológicos del neoliberalismo, el sistema económico que ha regido la vida de este planeta en el último medio siglo. Esto es, que los mercados eran eficientes por naturaleza y tenían capacidad para autoregularse, algo que quedó desmontado con la crisis de 2008; que la busqueda del beneficio y del bienestar individual debía primar por encima de cualquier otra consideración y que el crecimiento, la globalización y la liberalización eran la solución a todos nuestros problemas. Bien, pues ha bastado que aparezca un bicho cuyo tamaño se mide en nanometros, para todo el sistema se resquebraje y amenaze con derrumbarse como un castillo de naipes.

    La respuesta de los gobiernos, o de gran parte de ellos ha consistido en confinar a la población y limitar la actividad económica al mínimo esencial. Que yo sepa es la primera vez en la historia de la humanidad, que se acomete un experimento de este tipo. Desde siempre ha habido guerras, epidemias, crisis y demás que han afectado al sistema económico, pero nunca hasta ahora se había decretado la paralización de la economía por ley. A nivel sanitario, parece que las medidas funcionan, tal y como indican las cifras de desescalada en España e Italia. Pero a nivel económico, la cosa no es tan sencilla. La economía está formada por una red de hilos y si el agujero es grande, no es tan fácil volverla a poner en marcha. De cuanto se prolongue este estado de hibernación, dependeran muchas de las consecuencias futuras, y en primer lugar y antes que nada, que el sistema económico no pase de la hibernación al fallecimiento y de ahí al rigor mortis.

    Lo que los gobiernos no han visto hasta ahora, o no quieren ver, es que nos enfrentamos a una crisis sistémica, esto es, a una quiebra del paradigma que sustenta nuestro actual sistema económico. Un sistema económico no es más que el conjunto de respuestas que una sociedad da a sus problemas económicos, en un momento dado y lo que esta crisis ha venido a demostrarnos, es que nuestro sistema actual, basado en los tres pilares mencionados: competitividad, crecimiento y beneficio individual ya no es capaz de dar una respuesta adecuada a problemas globales que nos afectan a todos, como la contaminación, las pandemias, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la escasez de recursos, las mareas negras y un largo etcétera.

    No tengo nada contra el sistema capitalista, aunque este no sea un término muy válido para definir el actual sistema económico, en el que el 90 % del PIB está en manos del estado y de grandes corporaciones. Unas empresas que al contrario de lo que ocurriría en un sistema capitalista, no están en manos de sus dueños, sinó de un grupo de ejecutivos profesionales, que se comportan como sus propietarios, pero sin asumir ninguno de sus riesgos, y que llevaron en 2008, a que los estados tuvieran que rescatar la banca, mientras ellos continuaban cobrando sus estratosféricos sueldos y no perdían ni un céntimo, ya que las empresas no eran suyas. Como digo, no tengo ninguna cuenta que ajustar con el capitalismo. Todo lo contrario. A fecha de hoy, y pese a todos sus errores y barbaridades, el capitalismo ha sido el sistema más avanzado, eficiente y justo, que ha habido nunca jamás y el que ha permitido sacar a más gente de la pobreza. Ha sido el capitalismo el que nos ha llevado del carro de bueyes y los barcos de vela y madera del siglo XVIII, a la comunicación instantánea, la informática y los viajes espaciales de la actualidad. Pero por desgracia ya no da más de sí, y por sus propias características es absolutamente incapaz de lidiar con problemas globales como los citados anteriormente; asi que lo único que queda por hacer, es escribirle una carta de despido agradeciéndole los servicios prestados y desearle lo mejor.

    Si hay algo que está muy claro, es que nosotros necesitamos al planeta Tierra, pero la Tierra no nos necesita a nosotros para nada y puestos a tener una guerra con ella, llevamos todas las de perder.

    Puede que a muchos de ustedes esto que estoy escribiendo les parezca exagerado y dirán que la humanidad y el capitalismo han salido de muchas crisis. Si eso es cierto, pero ninguna de esta magnitud y que altere tan profundamente nuestro sistema y nuestra forma de vida. Y lo que es más preocupante, creo que la actual crisis no será una excepción, sinó la primera de las muchas que nos sacudirán en los próximos años. Las habrá sanitarias como la actual, ecológicas, medioambientales, de escasez de recursos etc. En una sociedad globalizada, que explota al máximo los limitados recursos del planeta y donde los bienes y las personas se desplazan de un lugar a otro, la situación actual, puede acabar convirtiéndose en la normalidad del futuro. Para los más escépticos, que continuen pensando que exagero ahí van una serie de cuestiones, que nuestros dirigentes económicos y políticos se verán obligados a responder en los próximos meses:

    1. ¿Que va a pasar con el pequeño comercio? Y esta pregunta tan genérica comprende no sólo la cantidad de ellos que se verán obligados a cerrar definitivamente por falta de ingresos. También me refiero a todos los cambios que se verán obligados a efectuar los escasos supervivientes, una vez pase la pandemía. ¿Estará la gente dispuesta a ir a un bar, en el que habrá de estar entre mamparas, atendido por un camarero con aspecto de astronauta y a más de 2 metros de sus amigos, o en ese caso preferirá quedarse en casa? ¿Estará dispuesto el dueño a acometer semejante inversión o decidirá cerrar? ¿Si se obliga a las tiendas de ropa a desinfectar cada prenda que se pruebe un cliente, seguirá siendo rentable la tienda o sólo quedarán las grandes cadenas que se puedan permitir mantener grandes stocks? ¿Que garantías habrá de que si compras el producto por internet este cumpla la normativa a la que se obligue a los comercios físicos, o al no poder garantizarse eso, se prohibirá la compra online?
    2. ¿Que va a pasar con el comercio internacional? ¿Estarán las empresas y familias dispuestas a comprar productos del exterior, sobre todo de paises que se han visto muy afectados, caso de China, Europa, USA o ganará el miedo y las economías girarán hacia la autarquía y el proteccionismo? En el caso de todas las grandes compañias que externalizan parte de su producción y compran distintos componentes en varios países y lo montan en una planta, por ejemplo las automovilísticas, ¿podrán seguir haciéndolo? ¿Se les exigiran medidas adicionales de seguridad? ¿Serán economicamente viables esas medidas? ¿O como en el caso de las tiendas de ropa, o los bares las grandes multinacionales optarán por el cierre? A todo esto, ¿para que va a querer la gente coches y otros bienes de inversión, si no puede salir de casa?
    3. ¿Que va a pasar con el turismo, las líneas aereas, los hoteles, los erasmus, los viajes del inserso y un largo etcétera. ¿Se podrá seguir viajando libremente, o se limitarán los viajes a altos cargos públicos y empresariales que puedan alegar una necesidad inexcusable?
    4. ¿Que va a pasar con los estados? Hasta ahora las medidas tomadas se han dirigido a compras de emergencia, avales de créditos a las empresas y en algunos casos a enviar cheques a la ciudadanía o hablar de rentas mínimas. A corto plazo está bien. Pero ¿como se van a financiar esas medidas? La pregunta es pertinente, sobre todo si la paralización económica se prolonga o esta situación se convierte en cíclica y esta, u otras crisis se suceden de forma reiterativa en el tiempo. Si la economía se paraliza, los estados recaudan menos impuestos. Si recaudan menos, la deuda pública perderá su eficacia como herramienta, ya que no se dejará dinero a quien no ofrezca grandes garantías. A todo esto, ¿podrán aguantar los estados una segunda, o una tercera crisis de esta magnitud? ¿Qué pasará si no lo hacen? ¿Y la UE, sobrevivirá a esta crisis o se disolverá como un azucarillo en un vaso de agua?

    Dirán ustedes que ofrezco muchas preguntas y ninguna respuesta. Sigo creyendo que la respuesta a los actuales problemas está en ir a un mundo estacionario, sin crecimiento económico, tal y como planteé en mi último libro, La próxima crisis global. Un mundo que se olvide de conceptos como moda o tendencia, que produzca sólo aquellos bienes que realmente necesita y que procure reutilizar al máximo, tal y como hace la naturaleza. Un mundo más pobre en términos de consumo, en el que si que creo que debe haber una renta vital mínima por persona, que represente su parte de riqueza en la sociedad. Ahora bien, no creo que esa renta deba ser un subsidio, que se de a cambio de nada, tipo el bono patriótico venezolano, el PER andaluz, o la que plantea ahora Pablo Iglesias. La historia ha demostrado que una renta así, sólo sirve para la compra de votos. La renta mínima debe ir ligada a una serie de obligaciones y servicios sociales, tal y como planteaba R. Theobald a finales de los años 60, en su libro The Guaranteed Income, de manera que no sea percibida como una limosna que otorga un determinado político. La primera de las obligaciones es que los ciudadanos que la perciban mantengan una transparencia fiscal absoluta. La segunda, la prestación de servicios sociales. ¿Es Vd. economista? Pues va a dar varias horas de matemáticas a los niños de su comunidad. ¿Jardinero? Deberá mantener y cuidar x jardines? ¿No tiene Vd. formación? Su primera obligación será formarse y a partir de ahí hablaremos.

    Quizás esta sea una de las últimas oportunidades que nos ofrezca el planeta para que demos un giro de 180º a nuestro sistema económico. Para que olvidemos la competitividad extrema y primemos la cooperación, para que dejemos de ver el crecimiento económico como un dios al que hay que sacrificarlo todo, incluidas las personas. En definitiva, para que vayamos a un sistema económico más pobre en términos de consumo, que satisfaga necesidades reales, en vez de crearlas. Tenemos que ser capaces de fijar un nivel de vida que sea sostenible con el planeta, ceñirnos a él y prescindir de todo lo superfluo; porque si hay algo que está muy claro, es que nosotros necesitamos al planeta Tierra, pero la Tierra no nos necesita a nosotros para nada y puestos a tener una guerra con ella, llevamos todas las de perder.